viernes, 17 de diciembre de 2010

Miedo

Estable. Esa palabra que tanto me daba vueltas en la cabeza. Estabilidad emocional, estabilidad laboral, estabilidad económica, estabilidad. ¿Qué era lo que buscaba con eso? ¿Buscaba no correr riesgos dando por sentado que era sinónimo de seguridad? ¿Yo quería estabilidad o seguridad? ¿Me había preocupado alguna vez por estas cosas?

Fumar, trabajar compulsivamente sin tener muy claro hacia donde y para qué tanto apuro, múltiples actividades y compromisos sociales durante los siete días de la semana, las cuatro semanas del mes y los doce meses del año, vacaciones incluidas, porque, obvio, no tenía tiempo para semejante sacrilegio: “si no lo hago ahora, cuándo lo voy a hacer, después no voy a tener tiempo, quizás no tenga las oportunidades” y bla, bla, bla. Por eso acepté tantos compromisos juntos, de la misma manera que me convencía sobre el cigarrillo. “Tengo tiempo, soy joven”, ser joven me servía para casi todo, para seguir fumando, para trabajar sin descanso. Me costó darme cuenta de que el tiempo pasa y con él, los años. Estaba tan preocupada por buscar la “estabilidad” que no percibía lo que me estaba perdiendo.

Y en realidad, la estabilidad me aburría. ¿De dónde había sacado que eso era lo que me iba a hacer feliz? ¡¿Estabilidad?! Esa sí que era una palabra aburrida. Un plan aburrido y una meta aburridísima, pero ¡qué lugar importante ocupaba en mi vida!

Ahora sentía que no era ése el lugar al que quería llegar.

¿Había perdido el miedo? No, pero estaba claro que no ‘pasaba nada’. Si salía mal, no pasaba nada, si salía bien tampoco. Lo divertido, lo que me había ayudado a crecer tuvo que ver con animarme y no con mirar a los demás y de paso criticarlos. Eso era miedo. Mirar a los demás y juzgarlos desde lejos mientras me fumaba dos atados de cigarrillos por día, trabajando ocho horas en la misma empresa por casi diez años. Me había hipercargado de compromisos sociales aburridísimos, y me pasé los últimos años anotándome en cuanto curso me enteraba que existía. ¡Ah! Escasa o casi nula actividad física y comida chatarra fueron el complemento ideal para esta situación que yo, por alguna razón, había considerado que a largo plazo, o a mediano, o en algún momento, me brindaría ‘estabilidad’.

Tenía que dar vuelta la página. Además, tenía que ser justa y si iba a hacer una evaluación seria de mis últimos años no podía dejar afuera a mis “Relaciones descartables”, una tras otra. Nada de estar sola. Uy… ¡qué miedo! Pero lo cierto es que tampoco estaba con nadie. La mínima duda sobre si me estaba perdiendo algo mejor en otro lado convertía a la relación en descartable. Porque si había algo mejor en otro lado era para ese lado adonde tenía que ir. ¿La estabilidad emocional que buscaba y pretendía del príncipe azul, se convertía en el motor de la inestabilidad?

¿Era el miedo a la estabilidad, al aburrimiento, al compromiso, a la entrega, al no control, al presente, a crecer, a envejecer?

¿Vivir daba tanto miedo? ¿Miedo a que me vaya mal, miedo a que me dejen, miedo a que no me quieran, miedo a no ser buena, miedo al rechazo, miedo al ridículo, miedo al fracaso, miedo a la mediocridad, miedo a la mirada de los otros, miedo al miedo?

Cuando empecé a mirar cuánto había hecho y todo lo que tenía, tanta gente que me quería, mucha, y que yo quería, mucho. Tenía una profesión que me gustaba, tenía salud, trabajo y amor. Había hecho bastante a pesar del miedo. ¿Y si no tuviera miedo?, me pregunté. Probé. Solté y me empecé a tomar en serio. ¿El miedo me había alejado de mí? ¿Me había convertido en mi peor enemiga en estos últimos años? Me tenía que reconciliar. ¡Ya!

Oqei, a lo que me refiero con esto es que no perdamos tiempo pensando cosas que nos gustaría que pasen, en las cosas materiales que queremos tener y demás, Quejándonos. El tiempo pasa, el tiempo VUELA, queramos o no. Nos pasamos la vida pensando en lo que nos falta, en “sería feliz si…” Vivamos felices con lo que tenemos, valoremoslo. A esto viene “uno nunca sabe lo que tiene hasta que se pierde”, cualquier cosa que sea. Amor, bienes materiales, salud, etcétera. Incluyendo el tiempo, cuando nos queramos dar cuenta el tiempo se fue, y con el momentos que no supimos aprovechar por esto. A mi, particularmente, el tiempo me da miedo. Pensar que hace un año en esta misma etapa estaba nose, en otra cosa totalmente diferente. Una cosa que duró, pero ya pasó. Y pareciera que fue hace tan poco. Hace un año estaba terminando Primero Bachiller. Hace dos, terminando séptimo grado, de viaje de egresados. Y el año que viene, tercero, 16 años. Hace poco me acuerdo de cumplir los 15 y toda la hueveada, ahora ocho meses para el próximo cumpleaños. NADA. Y asi, una y otra vez el tiempo pasa, aunque no nos demos cuenta. Casi sin pensar la vida voy viviendo, casi sin pensar las cosas que fui haciendo parecieron un sueño. Así, cada dia que vivimos, cada momento único, cada cosa, no se repite. Cada cosa que hacemos hace 2 minutos, que no se va poder repetir de la misma manera, ya forma parte del pasado. Y asi con cada aspecto de la vida. Vivamos cada momento como si fuera el último.